CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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"Al Servicio de la Comunidad de San Justo y La Matanza"

martes, 28 de febrero de 2012

Almafuerte

Bibliografía: Pedro Bonifacio Palacios nació en San Justo, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 13 de mayo de 1854 y falleció a los 62 años, el 28 de febrero de 1917. Almafuerte es el pseudónimo que mayor popularidad alcanzó, se consideraba a sí mismo "el cantor de la chusma", aunque no fue el único que utilizó a lo largo de su vida, sobre todo, en la actividad periodística. Fue criado por parientes, ya que sufrió la muerte de su madre cuando él era aún pequeño y el abandono de su padre. La primera meta que se impuso fue la de destacarse en la pintura, pero no tuvo el éxito que esperaba; la beca oficial que solicitó para viajar a Europa le fue negada. Por lo tanto, siguiendo su vocación y sin título oficial (habilitante), fue maestro rural tenía sólo 16 años cuando comenzó a dirigir una pequeña escuela en Chacabuco en donde, en 1884, tuvo la posibilidad de conocer a Domingo Faustino Sarmiento. Tiempo después, Almafuerte dejó esta ciudad para mudarse a La Plata: allí lo esperaba el diario "Buenos Aires" y, más tarde, la dirección del diario "El Pueblo". Su actividad periodística no fue demasiado extensa: sin embargo, desde ese lugar dio una intensa batalla y alentó a los jóvenes de la época, que más tarde participarían del movimiento revolucionario de los ´90. Durante dos años, desde 1894 hasta 1896 retomó sus actividades en la escuela de la localidad de Trenque Lauquen pero, por temas políticos, fue dejado cesante. Almafuerte tuvo cinco hijos adoptivos, lo que marca un gran contraste entre la enorme generosidad que tenía para los demás y la pobreza en la que se vio sumergido casi toda su vida. Publicó sólo dos libros en toda su vida; más que suficiente para que su obra sea juzgada por personalidades de la talla de Jorge Luis Borges o Rubén Darío, entre otros.

Cantar de cantares
Níveo cáliz de magnolia
decorando los retoños de la rama
como ánfora de sueños es tu frente.
Sí, tu frente
hija mía, madre mía, novia mía,
es el gótico remate de la rama,
su divino corolario:
es el grave, pausadísimo insensario,
cuya mirra de sapiencia por mi templo se derrama.

Radiaciones de las mieses,-
rubias ondas encrespadas y brillantes
y crujientes de los trigos, -tus cabellos,-
¡tus cabellos,
cuando sueltas las cascadas de tus rizos!
Son las hebras rubicundas y brillantes
de la testa de las diosas,
de las diosas imperiosas y graciosas
bajo el casco de sus crines enrizadas y flotantes.

Como sello de turquesas,-
de turquesas bien profundas, bien extrañas,
bien azules, como el aire,- son tus ojos;
grandes ojos
vagamente sorprendidos al mirarme:
son dos piedras bien azules, bien extrañas
que incrustaron los querubes,-
los que ciñen a los astros con las nubes,-
bajo el arco y en el fleco de tus cejas y pestañas.

Cicatrices de caricias,-
cicatrices de dos besos fraternales
de las almas de dos lirios,- tu oyuelos:
tus oyuelos
inestables, intangibles, indelebles:
son las huellas de dos besos fraternales
que te dieron al venirte,
que te dieron, al salir a despedirte,
los dos ángeles mas puros de los coros celestiales.

Florecitas de durazno
que la veste de las auras amontona
bajo el cielo de la tarde, tus mejillas;
tus mejillas
de sedosos, inefables terciopelos:
son las flores que un arcángel amontona,
bajo el cielo de tus ojos,
por los balles de sonrisas y sonrojos
que divide tu severa naricita de matrona.

Como pétalos de rosa,
como pétalos de rosa purpurada, -
purpurada como sangre,- son tus labios;
esos labios
que predican candorosos evangelios:
son dos pétalos de rosa purpurada
que calleron en la nieve;
son el borde que resuena, que se mueve,
de aquel vaso de Sajonia, de tu barba nacarada.

Blanco polvo sacarino
que decora rojos néctares de fresas,
tamarindos y granadas, son tus dientes;
bellos dientes
como hermanos amorosos que se juntan:
son azúcar en la crátera de fresas
de tu boca cuando ríes;
son diamantes de Golconda que deslíes
en el bálsamo bendito de tus besos, cuando besas.

Caracoles nacarados,
nacarados caracoles pequeñitos
de la playa de los mares, tus orejas;
tus orejas
yo no sé por qué rubor enrojecidas:
son dos rojos caracoles pequeñitos
que te llevan al augurio,
que le llevan a tu espíritu el murmurio
de las cosas venideras, de los tiempos infinitos.

Bella página de un libro,-
bella página de un libro de oraciones
con estampas bizantinas,- tus afectos;
tus afectos
transparentes y profundos como el éter:
son la página del libro de oraciones
donde rezan los nenitos,-
donde buscan los nenitos, ¡pobresitos!
las Madonas y los Cristos de radiantes corazones.

Como lámpara votiva
que llenase de fulgores el santuario
de algún pálido Ecce homo, tu gran alma;
superalma
de una dulce, femenina fortaleza:
en la lámpara votiva del santuario,
que fulgura gravemente,
que derrama gravemente, tiernamente,
sus bondades luminosas en la cruz de mi calvario.

Como el bíblico poeta,
como el rey de los proverbios seculares
que no pasan, que no mueren, yo te canto;
sí, te canto
hija mía, madre mía, novia mía:
con palabras que retumben seculares,
que no pasen, que no mueran,
que los hombres para siempre las profieran
como el cántico sublime del cantar de los cantares.
Almafuerte